Al principio de todo, una sonrisa sólo es el resultado del movimiento de músculos de la cara. Nos hace ilusión que un bebé sonría porque le damos significado a esa sonrisa.
Luego, con el tiempo, somos capaces de manejar los músculos que dibujan la sonrisa. Es entonces cuando adquiere el sentido que queramos darle: agrado, de lástima, de comprensión, de que te lo estás pasando bien, de que me gusta tu compañía o de que me importa un rábano lo que me dices, estoy disimulando y parece que me entero de algo.
Sin embargo, cada uno tiene una sonrisa diferente, porque cada uno tiene una cara diferente. Eso es lo que todo el mundo cree.
Pues no.
Cada uno tiene una sonrisa diferente porque existe un almacen de sonrisas personalizadas en un sitio secreto que nadie conoce (porque si no, no sería secreto).
A la vez que vamos manejando los músculos de la cara, hacen pruebas varios tipos de sonrisas (como cuando nos probamos los pantalones). Cuando existe una que nos favorezca, esa es la que se nos adjudica. Porque nos convertimos en personas muy favorecidas con esa sonrisa.
Es muy importante que a medida que utilicemos la sonrisa, lo hagamos con conocimiento y sin disimular, porque corre el peligro de convertirse en falsa y entonces ya no sirve.
Cuando una sonrisa se estropea, hay que llevarla al taller de las sonrisas. Allí se arregla muy bien, pero nadie te dice el tiempo en el que la entregarán como nueva.
La persona sin sonrisa, también tiene que ajustar un poco su sentido de la vida.
Y luego, cuando todo está medianamente solucionado, volvemos a empezar.
Los expertos en sonrisas dicen que es bueno sonreir, porque te cargas de energía positiva y recargas también a los que te rodean.
Pues cuando termines de leer ésto o te lo termine de contar, sonríe un poco.
Así no. Un poco más.
Vale.
Mil besos sonrientes.
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