Un día me encontré con un saltador verde y amarillo en mi habitación. Como no era de nadie, me lo quedé.
Por la tarde salí a dar un paseo y había una zanja en mi camino. Bueno, esto no era raro porque todo estaba en obras.
Iba andando un poco deprisa, me paré antes de llegar al borde por si perdía el equilibrio. Entonces me quedé mirando a la zanja que estaba rodeada por una valla amarilla. La verdad es que tenía pinta de ser honda. Para ver su profundidad, tiré una piedra y no la oí llegar al fondo, ni tampoco salió ningún señor al que hubiese dado en la cabeza.
Como no pasaba nada continué con mi paseo y, después de jugar un poco en el parque, me volví a casa y me encontré una sorpresa:
En mi habitación estaba la piedra que arrojé a la zanja.
¿Cómo puede ser éso?. Resulta que mi habitación y la zanja estaban conectadas de algún modo.
El caso es que al día siguiente quise comprobarlo y tiré una pelota de tenis que apareció en mi habitación. Y al otro día, para no ir cargada a casa, tiré el patinete y apareció en mi habitación.
¡Qué descubrimiento!. Podía bajar a la calle lo que quisiera, porque a la vuelta lo dejaba en la zanja y aparecía en mi habitación.
Hasta que un día después de jugar con mi saltador verde y amarillo, y de arrojarlo a la zanja, no apareció en mi habitación. Mira que lo busqué.
El sábado, bajé a la calle y habían tapado la zanja con cemento y hormigón. Se habían llevado las vallas amarillas.
Me quedé sin saltador, pero no pasa nada porque mis abuelos me regalaron otro.
En otro lugar del mundo, en Francia, una niña se encontró con un saltador verde y amarillo en su habitación. Preguntó, y como no era de nadie, se lo quedó.
Por la tarde bajo a dar un paseo...
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